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A pesar de estos datos,  las preocupaciones sociales parecen merecer una atención menos prioritaria  frente a la seguridad ciudadana y los niveles de criminalidad y violencia que  son frecuentemente identificados como preocupación en las encuestas de opinión  conducidas en la región. 
Para muchos medios de comunicación y amplios  sectores de la opinión pública, la figura del agresor es muchas veces la de un  adolescente. 
En la región existe una fuerte presión social sobre el  sistema de justicia penal juvenil para encontrar respuestas que hagan frente a  esta preocupante percepción negativa de los adolescentes y su supuesta  contribución en la expansión del crimen y la violencia. Como resultado se asiste  a frecuentes decisiones judiciales con altos índices de privación de libertad,  en la etapa previa al juicio. 
Particularmente fuera de las grandes  ciudades, siguen siendo limitados los programas de prevención de delincuencia  juvenil y de reintegración social para menores de 18 años; y pocos los planes de  especialización en derechos del niño y promoción de los derechos humanos para  jueces y personal del sistema de justicia juvenil. 
Un informe reciente  de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) revela que el número de  niños y niñas en detención preventiva en celdas y prisiones ha ido aumentando  progresivamente. 
Al mismo tiempo se ve un incremento de los proyectos de  reformas legislativas que postulan la supresión de garantías procesales para los  adolescentes acusados de infracciones a la ley, de las medidas que proponen la  reducción de la edad mínima de responsabilidad penal, el aumento de las penas  privativas de libertad, y los procesos de “protección” a los que son sometidos  los niños que viven en la calle, quienes en muchos casos son llevados al sistema  de justicia juvenil sin haber cometido infracciones a la ley. 
Todo esto  ocurre a pesar de que los datos de varios países en la región nos muestran que  los porcentajes de crímenes cometidos por niños, niñas o adolescentes siguen  siendo muy inferiores al 5%, en comparación con los adultos. 
La  promoción de una perspectiva primordialmente punitiva que compromete los  principios y disposiciones de la Convención sobre los Derechos del Niño coloca a  las personas menores de 18 años en situaciones de extrema vulnerabilidad y de  victimización no solo de distintas formas de violencia, sino también de  estigmatización y discriminación por razones de género, origen étnico,  discapacidad y condición socioeconómica. 
Para prevenir y responder en  forma efectiva a la violencia se necesita una política integral de seguridad  pública basada en el respeto de los derechos humanos, dando prioridad a la  prevención basada en sistemas de información e indicadores confiables.  
Esa política integral debe basarse en el estricto cumplimiento de las  normas internacionales ratificadas por los Estados y promover el respeto de los  derechos de todos los niños, niñas y adolescentes.  
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