Los niños juegan a imitar la vida de los adultos: aprenden nuestras costumbres, acogen nuestras virtudes y defectos, reproducen nuestra manera de relacionarnos con los otros. Si observamos bien esas diminutas escenificaciones de nuestra vida cotidiana, descubriremos probablemente más sobre nosotros mismos que en cualquier sesión de psicoanálisis. Los niños son nuestro mejor espejo.
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