GUATEMALA
En este mundo de egoísmo delirante, el ser humano ha pasado a ser un subproducto manipulable al servicio de grupos económicos, religiosos o políticos que han hecho de él la materia prima fundamental en la construcción de sus redes de influencia.
La persona ha dejado de ser un individuo con derechos para derivar en un elemento neutro dentro de esta enorme pirámide de poder que constituye la sociedad mundial.
Por eso no debería sorprendernos el irrespeto por la niñez en países sometidos a la influencia de las grandes potencias, en los cuales prima el beneficio de una casta política y económica cuyos objetivos están enfocados en el enriquecimiento personal y la consecución del poder a toda costa.
En Guatemala, así como en muchos otros países del tercer mundo, la niñez es prácticamente inexistente. Ese período durante el cual el ser humano desarrolla las bases de su potencial intelectual y físico es, en estas tierras, un tiempo de abandono, de abuso y de inanición. De ahí que ante el trabajo infantil, la carencia de recursos educativos o los embarazos en niñas y adolescentes nos quedamos impávidos y miramos hacia otro lado con ese gesto de fatalismo propio de los pueblos fracasados.
Dadas las circunstancias, ¿con qué derecho nos horrorizamos ante la proliferación de las maras o las muestras de sadismo en niños y adolescentes cuando cometen crímenes, la mayoría de las veces inducidos por adultos? ¿Dónde quedó nuestra capacidad de autocrítica y dónde la conciencia? En una nación incapaz de proporcionar un ambiente de mínima seguridad a sus niñas, niños y adolescentes, estas patologías se vuelven una amenaza a la integridad de su existencia misma.
Cuando escuchamos —y creemos— el discurso cliché de los políticos cuyas ambiciones les nublan la visión y les impiden hacer contacto con la realidad, lo que hacemos es transformarnos en cómplices activos del asesinato de una nación que alguna vez tuvo un futuro promisorio. Y también somos agentes de su destrucción al mantener una actitud pasiva frente a la expoliación de los recursos naturales, la corrupción gubernamental o la violencia que día a día golpea a nuestra sociedad.
Pero en este concierto desafinado lo más grave es el irrespeto a los derechos de la niñez y la juventud, segmento mayoritario de la población en el cual reside la única esperanza de recuperación de los valores que en algún momento de la historia dieron sentido a su orden constitucional y a sus instituciones.
En Guatemala, la niñez no existe. Ni en las clases más acomodadas pueden los niños salir a la calle sin ser vigilados o disfrutar de la compañía de sus padres sin amenaza de sufrir algún tipo de violencia. Entre los más pobres, la norma implacable es una muerte prematura.
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